No nos gustan las prohibiciones

Es un tanto sorprendente, por no decir escandaloso, que quien ha sido elegido en las urnas de forma democrática por un sistema de participación indirecta se permita el lujo de decir que las protestas ciudadanas contra los recortes son totalitarias y anticonstitucionales. El hecho resulta aún más extraordinario si tenemos en cuenta que esa misma persona, cuando estaba en la oposición, gustaba de salir en primer plano para pedir la derogación de la ley del aborto o del matrimonio homosexual, cuestiones ambas que levantaron polémica en su día. Imagino que en la mente de este avezado político debe haber una distinción clara entre manifestación pertinente (la que atañe a sus gustos) e impertinente (la que no lo hace). El problema es que al pensar así se olvida de una cuestión fundamental, que es el derecho de los ciudadanos a expresar libremente sus opiniones. Creo que hay una ley llamada Constitución que así lo sanciona.

Igual de pernicioso me parece que un político que aplica los recortes más severos contra el celebérrimo Welfare State no tenga conciencia de que eso sí que es actuar contra aquellos a los que supuestamente representa. Es uno de los mecanismos más erróneos del actual sistema democrático, pero todos los gobiernos, sin importar el color, recurren a él una y otra vez… Salvo que el asunto no sea un fallo y esté programado, lo cual nos lleva, qué remedio, a la doctrina del shock, la escuela de Chicago y a Milton Friedman, el cual, en una de esas carambolas deliciosas de la historia, no solamente tiene el premio Nobel de economía, sino también la medalla presidencial de la libertad. Pena que el tío la vara no hubiese nacido antes para visitar a tan ilustre personaje y pasearle el lomo al objeto de condecorarlo con otra distinción.

Naomi Klein es una autora que ha escrito bastante sobre el particular. Conocí su obra gracias a un tutor de la UNED a quien agradezco la recomendación, porque he disfrutado con sus análisis en profundidad de cómo algunos Estados han intentado poner en práctica lo que Friedman consideraba la libertad absoluta dentro del mercado, un capitalismo salvaje y puro que nos redimiría, a nosotros y a la nación, de las taras y defectos del sistema social, llámense subvenciones, pensiones, subsidios por desempleo, Seguridad Social gratuita y Educación pública. Y mutatis mutandis, parece que nuestros ínclitos gobernantes se han decantado por seguir la línea dura de esta economía. Lo cual, obvia decirlo, es un ataque frontal a todo lo que hasta ahora se había conseguido.

De acuerdo, a veces parece un argumento resobado, pero si atendemos a las características que han tenido aquellas situaciones en las que se ha producido un shock quizá veamos más claro el asunto. Cuenta la citada Naomi Klein que después del huracán Katrina la actuación del Gobierno norteamericano fue decididamente ultraliberal. En lugar de pensar primero en las personas y en la reconstrucción de lo que ya existía, la administración Bush se dedicó a crear una nueva situación en la que había que entrar sí o sí. En lugar de volver a poner todo conforme estaba antes, los audaces economistas que susurraban al oído del presidente consiguieron ver cumplido su sueño de partir desde cero o incluso desde posiciones de negatividad contrastada y construir un nuevo mundo donde las doctrinas de Friedman fuesen una realidad.

Se terminó así con la lacra de la escuela pública (que como todos sabemos está llena de demócratas, ácratas, perrosflauta y gente muy peligrosa que piensa y que hace pensar a sus alumnos) y potenciar en su lugar la privada. Con esta acción el Gobierno central se aseguraba la fidelidad de este tipo de establecimientos educativos y la certificación del fallecimiento de una de las herramientas públicas más efectivas para conseguir la libertad del individuo. Obvia decir que muchos maestros que no quisieron entrar por el aro se vieron lisa y llanamente en la calle. Ya sabemos que la delicadeza no fue la seña de identidad de Bush Junior. Bueno, en realidad tampoco su padre fue un dechado de virtudes, para qué vamos a engañarnos…

Lo que la autora nos explica, además de forma excepcional, es que la población no acepta los cambios en estado normal, pero cuando se produce un shock hay muchas posibilidades de que se termine comulgando con piedras de molino. Los poderes fácticos lo saben, y ahora mismo en Europa se están intentando aplicar teorías claramente inspiradas en la escuela de Chicago para conseguir un mercado libre que sea tan liberal que se convierta en realidad en represor. Lo público se denosta hasta tal punto que parece como algo que debe desaparecer porque es costoso, improductivo y un montón de apelativos más que ahora no voy a reproducir porque me parecen repugnantes, groseros y oportunistas.

El problema que le veo a esta situación no solamente es su peligrosidad o lo pernicioso de su propuesta, sino también y sobre todo la manera de aplicarlo de nuestros gobernantes. Imbuidos con un espíritu beatífico de que todo lo que proponen es lo que toca, no tienen conciencia de que hay otras alternativas, siempre las hay. Y así nos va, intentando sobrevivir en un mundo deshumanizado tan lleno de consignas económicas que parece que hoy en día no hay otra cosa más importante. Y con la mala fortuna, además, de ser ciudadanos sin derecho a sobre. Vae victis